Palabra clave ‣ libertad
Referencias 67

Corre el riesgo de convertirse en un fantasma, hasta el punto de fundirse en una nueva forma, no menos insidiosa que las anteriores, de totalitarismo, donde los métodos "duros" (coerción física, terror, eliminación de los disidentes, prohibiciones explícitas de pensar, hablar, asociar, actuar) son sustituidos por la seducción, el control a distancia, la abolición progresiva de las ideas disconformes. Es el método de la rana hervida, la reducción lenta y constante de libertades concretas, retiradas una a una, siempre justificadas por motivos nobles: seguridad, protección, defensa de las minorías, inclusión, discurso de odio, etc. Todavía no hemos llegado al totalitarismo puro, pero las premisas están ahí.

El título de esta reflexión contiene dos palabras (libertad y totalitarismo) cuyo significado no es universalmente compartido. La tercera categoría -Occidente- hace tiempo que perdió toda connotación geográfica para convertirse en el nombre de la civilización articulada en torno al liberalismo político y al liberalismo económico, liderada por los Estados Unidos y compuesta por Europa Occidental, Israel y los satélites del antiguo Imperio Británico. con ramificaciones cada vez más rebeldes en América Central y del Sur. Occidente es un sistema de hegemonía sobre la humanidad en nombre de una oligarquía internacional ilegítima. Es lo opuesto a Europa, cuya cultura, raíces y tradiciones destruyó. Habiendo alcanzado el poder "imperial", revirtió la predicción de Lord Acton del siglo XIX: el poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente.

Margaret Thatcher fue una constante exponente de esta tendencia, para quien no hay alternativa al modelo del mundo occidental. El acrónimo TINA, no hay alternativa, se ha convertido en uno de los mantras de un sistema cada vez más opresivo en nombre de la libertad económica y financiera de unos pocos gigantes. La negación de la posibilidad de alternativas es en sí misma un concepto totalitario.

La definición más significativa de totalitarismo es la de Hannah Arendt. Para el pensador judío alemán, el totalitarismo contemporáneo es un modelo político distinto de las formas de poder autoritario históricamente conocidas, como el despotismo, la tiranía y la dictadura. Cuando tomó el poder, destruyó las tradiciones políticas, aplastó el orden social anterior y llevó al extremo las características de la sociedad de masas, como el aislamiento y la intercambiabilidad de los individuos.

El neototalitarismo no sólo exige subordinación política, sino que también invade y controla la esfera privada e íntima. Su objetivo es sustituir la sociedad existente por una sociedad radicalmente diferente, construyendo con el tiempo otra humanidad. En este sentido, no hay duda de que el liberalismo globalista que triunfó tras la derrota del comunismo y el descrédito de cualquier otra forma de organización y valores políticos, económicos, sociales presenta rasgos totalitarios. En particular por su alianza con el aparato tecnológico y científico del que es motor y propietario. La acusación lanzada contra el colectivismo estatal por Friedrich von Hayek, economista ultraliberal, se vuelve contra el liberalismo -que ha surgido de sí mismo para convertirse en globalismo-: quien posee todos los medios, determina todos los fines. El suyo, por supuesto. Otro signo de totalitarismo.

Con la misma fuerza argumentativa podemos sostener que una sociedad basada en "derechos" no puede ser totalitaria, que la libertad económica nunca ha sido mayor y que el individuo, en este rincón del mundo, nunca ha sido tan grande. , se ha beneficiado de tantas oportunidades que se han convertido en "derechos". Ambas tesis son válidas. El autor de estas líneas ama la libertad y desconfía de los derechos. En primer lugar, porque proclamar derechos sin establecer deberes correspondientes engendra cinismo, indiferencia social, individualismo resentido, repliegue en un “yo” caprichoso y tiránico como un niño mimado. Luego, la naturaleza de los derechos: se borran los derechos sociales y comunitarios, se destacan los derechos subjetivos, en particular los vinculados a la esfera instintiva y sexual. Doblado en un individualismo radical, pulverizando a la comunidad, Occidente también destruye la sociedad, el orden que regula principios, valores e intereses distintos pero no incompatibles.

Los derechos propuestos atañen siempre a la esfera subjetiva y consideran la libertad como ausencia de limitaciones (libertad 'de'), es decir, liberación. De la familia, de la autoridad, de las filiaciones naturales, incluso de la identidad más íntima. El modelo es el "trans", un sujeto fluido, cambiante, provisional, desprendido de todo lo que excede su voluntad, su placer, su preferencia, que se han vuelto incontestables. El derecho a dejar de ser algo definido y convertirlo en bandera. Renunciar a toda herencia (excepto material; el dinero y los medios se convierten en fines "no hay alternativa"), considerar la felicidad -cuya búsqueda es un derecho- como la satisfacción inmediata de impulsos, deseos, caprichos.

Consumo, cambio permanente de gustos, ideas, modas, parejas, profesión, género, “orientación sexual” y existencialidad. Veletas frágiles sin soberanía sobre sí mismas, empujadas en la dirección del viento. La temporalidad como proyecto de vida. Un absurdo lógico que produce malestar, tensión, insatisfacción hasta la esquizofrenia y una insatisfacción permanente, cuyo remedio es igualmente provisional: el placer compulsivo, el consumo de la vida -convertida en mercancía- que hay que reiniciar constantemente. ¿El bien y el mal, lo justo y lo injusto? Se aplica el concepto de Calderón de la Barca, en boca del voluble Segismundo: nada me parece justo, en siendo contra mi gusto. Nada me parece bien si va en contra de mi gusto o preferencia.

Sin darnos cuenta, hemos elaborado la definición de adicción. La libertad de los modernos es el resultado de adicciones justas, a las que no se les permite oponer límites éticos, frenos legislativos, reprobación social, juicios negativos. El resultado sólo puede ser la equivalencia, la indiferencia hacia cualquier elemento común en favor del subjetivismo egoísta. El relativismo resultante se vuelve absoluto, en el que el pensamiento débil prohíbe el pensamiento fuerte. Según Benjamin Constant, la libertad de los mayores era una estrecha autonomía política experimentada en el derecho-deber de participar en la polis. La de los modernos es la libertad privada individual, incluido el derecho a la indiferencia social. Resultado: disolución de límites y vínculos, sustituidos de hecho por el imperium del más fuerte, el que sopla sobre la veleta, dándole la dirección deseada.

“Siempre que te encuentres pensando como la mayoría de las personas, haz una pausa y piensa…”

Mark Twain

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